«Tengo menos espacio para cierto pesimismo vital»
El pianista Josu de Solaun ha vuelto a atender la llamada de la Fundación Eutherpe para impartir unas clases magistrales a lo largo de la presente semana, que en esta ocasión no ha ido acompañado de un concierto abierto al público, si bienanuncia para 2024 dos nuevas actuaciones en el Auditorio.
La conversación con el gran pianista, compositor, filósofo y poeta valenciano Josu de Solaun discurre en un ambiente distendido al finalizar la jornada matinal del lunes de las clases magistrales organizadas por la Fundación Eutherpe que le ha traído de nuevo a León, una ciudad cuyo vínculo empezó hace mucho tiempo gracias a la relación de amistad que su padre tenía con el profesor leonés Guillermo Quintás, que en alguna ocasión invitó a la familia a conocer la provincia y gracias a esa invitación el niño Josu de Solaun vio la nieve por primera vez. «Estoy muy cómodo en Eutherpe porque llevo 18 años de amistad con Margarita Morais, que se dice pronto, y las amistades hoy en día no suelen durar mucho por cómo vivimos nuestras vidas, por cómo somos. Una amistad que dura 18 años algo bien estamos haciendo, pero es que además ha significado mucho para mi formación musical. Algunos de los momentos más felices de mi vida los he pasado aquí, en los cursos de verano para pianistas y directores de orquesta, tocando y aprendiendo mucho de Bruno Aprea, de Joaquín Achúcarro, de Horacio Gutiérrez, de mis otros compañeros, tocando en conciertos donde estaban mis padres, que siempre venían a León y que, como sabes, los he perdido hace poco».
La conversación se impregna de tristeza cuando Josu de Solaun recuerda cómo sus padres se hospedaban en el hostal Boccalino cuando venían a León para verle tocar y juntos visita ban la Real Colegiata de San Isidoro. «Mi querencia por San Isidoro viene por mi condición de bizantinista. Tengo un amor muy grande por la historia del imperio bizantino, por el arte y la
cultura bizantinos, por la tradició musical bizantina y por todos los países, que ahora como naciones estado políticas, han pertenecido a la placen ta cultural del imperio bizantino. Sime preguntas por qué, no sabría responderte, pero todo lo que es el área de difusión greco eslava bizantina, los Balcanes, han tenido un poder sobre mi imaginación desde pequeño. Si me preguntaras la razón no te sabría decir, aunque tengo ciertas intuiciones del por qué de todo esto. Creo que son espirituales, artísticas, es una parte de la cultura judeo cristiana mucho más ligada al Oriente, más mística. No sé, creo que tiene que ver con eso. Pero, ¿por qué tiene que ver esto con San Isidoro? Porque está bastante claro que el pintor o el grupo de pintores que intervinieron en el Panteón Real venían de unas tradiciones pictóricas más orientales. Me atrevería a decir que si vas a los grandes monasterios de Bulgaria, Rumanía, Serbia, incluso de Rusia, y ves los frescos de los grandes pintores bizantinos, el parecido con eso es tal que yo casi veía una especie de conexión tácito secreta ahí entre mi propia filiación biográfica con lo bizantino y las pinturas de San Isidoro». Josu de Solaun evidencia cierta contrariedad cuando le pregunto si se considera un pianista diferente por el hecho de contar con una vasta cultura que trasciende el propio marco musical, al contrario que otros intérpretes que viven solo para el piano. «Tu pre-
gunta me resulta un tanto extraña. Yo creo mucho en lo que Nicolás de Cusa llamaba la ‘docta ignorancia’. A veces una persona analfabeta puede ser más artista que una persona muy leída. Ahí hay muchas fisuras. Yo soy una persona que me ha gustado leer siempre, que me ha gustado la poesía, una especie casi de tendencia fáustica hacia el conocimiento, pero me incomoda que otros –incluso yo mismo– vean eso como un atributo de excelencia, un atributo de inteligencia, un atributo –todavía peor– que haga que lo que yo haga en las artes sea mejor. Eso me incomodaría mucho. Por eso a veces intento hasta esconderlo, es como soy yo. Incluso puede ser un obstáculo para las artes, porque el conocimiento muchas veces está muy atado a los cierres racionales que te permiten captar la realidad, vivir en ella, pero las artes tienen que ver con lo que desbordan esos cierres, lo que los anegan, lo que los sobrepasan. Entonces si estás siempre en el lenguaje, en las cantidades, en las partes, en las taxonomías, en las comparaciones, en la dialéctica, muchas veces lo puramente poético se te escapa de las manos. No siempre tampoco. No está tan dicotomizado, pero quiero decir que no es una garantía. Para mí el conocimiento o leer es simplemente mi modo de estar en el mundo», sostiene el valenciano, que ahora imparte la enseñanza musical que él mismo recibió en sus tiempos de estudiante en la Manhattan School of Music de Nueva York bajo la tutela de la pianista rusa Nina Svetlanova y del pianista cubano Horacio Gutiérrez. «Yo he tenido varios profesores muy importantes en mi vida, entre ellos el compositor Salvador Chuliá que me enseñó toda la música que sé. A veces los que más te han influido no son tus profesores del aspecto más gremial técnico sino los que tienen una visión más global de la música. Por ejemplo, los directores de orquesta con los que he trabajado, este profesor de composición, Salvador Chuliá, que lo considero uno de mis grandes maestros si no mi gran maestro realmente de música en sentido poético. Luego las partes más técnicas del piano también las he aprendido de grandes maestras como Nina Svetlanova, a la que antes hacías referencia, o María Teresa Naranjo, una pianista mexicana de la que aprendí tantísimo en Madrid, Horacio Gutiérrez, etc. Pero también he aprendido mucho de personas que no son músicos. Creo que uno aprende de todo lo que tiene resonancias con tu propia subjetividad. En ese sentido no entiendo la en señanza como llenar un vacío, llenarlo de conocimiento. Parece manido pero la enseñanza para mí es inspirar, tratar de movilizar ciertos aspectos que tienen que ver con las artes y que el mundo en que vivimos les censura, les maniata, e intento sobre todo inspirarles, darles un sentido más poético a lo que hacen, a su vida. En ese sentido mi noción de profesor es más parecida a lo que podría ser menos un profesor de universidad y más un compañero de taller o algo así», argumenta De Solaun. Preguntado si en su vida y en su carrera existe un antes y un después de la dramática experiencia vivida tras contagiarse de covid y tener que pasar varias semanas entubado en la UCI. «Sin ningún género de dudas. Me ha hecho tener mucha más apertura hacia el infinito, hacia lo que desborda la racionalidad instrumental de medios y fines a la que estamos acostumbrados. La idea de lo sagrado, lo divino, lo poético, lo misterioso, ha vuelto a entrar en mi vida como un tsunami, algo que durante mucho tiempo deseché por intentar instaurarme en una especie de racionalismo positivista. La pérdida de alguien querido te arroja a esa otra parte de la existencia de una manera fulgurante.Yo no soy el mismo», sostiene el músico valenciano, que no sabe muy bien si todo lo vivido en estos últimos años ha alterado su manera de enfrentarse al piano. «No he pensado en eso. Pero si se diera el caso no sería algo extraño. Lo que sí puedo decir respecto a toda esta experiencia de pérdida de mis padres, del covid, de yo mismo estar en peligro de muerte, es que ya no doy por hecho cosas que antes las daba por hechas. Tengo una especie de gratitud renovada hacia la vida, hacia las verdaderas amistades, hacia el amor, hacia las artes. Tengo menos espacio para cierto pesimismo vital. ¿Si eso se traduce en mi manera de tocar?, pienso que es muy difícil de hablar en primera persona». En un momento de su vida, Josu de Solaun decide abandonar su puesto de catedrático en la Universidad Estatal de Houston y regresar a su país para estar más tiempo con su padre enfermo. Preguntado si ahora que ya no tiene esos vínculos, al haber fallecido sus padres, se ha planteado el regreso a Estados Unidos, su respuesta sorprende. «Cuando antes te comentaba los cambios que produjo la pérdida de mis padres en mí, un cambio importante también es la renovada valoración afectiva respecto a mi propia infancia, mi familia, mis amigos y mi país. No desde una perspectiva nacionalista, política o sociologista, sino más bien sentimental. De alguna manera en una época de mi vida más positivista, más racionalista, más centrada en una especie de ambición de carrera, daba menos importancia a la idea de unas raíces o de retornar a la patria de uno. Y en cambio yo creo que la propia reinversión de mi vida de ideas como lo sagrado, lo divino, el amor, la belleza, la amistad, también pertenece a esa constelación de ideas la idea de mi país, mi gente, mi lenguaje... Pero ya digo, no desde una posición esencialista sino simplemente de añoranza. Ahora mismo sería muy difícil, por no decir imposible, el concebir dejar España». De todo lo explicado por Josu de Solaun se desprende que Nueva York, la ciudad que lo acogió cuando aún era un adolescente, se encuentra hoy un poco más lejos. «Muchísimo más. Me recuerda mucho a una canción que a mi padre le encantaba, ‘La boheme’ de Charles Aznavour, una canción preciosa que narra cómo una persona vuelve al lugar de su adolescencia, Montmartre, e intenta buscar aquella bohemia poética que conoció cuando era joven y descubre que ya nada es lo que era. Yo he experimentado eso también retornando dos veces a Nueva York con la sensación de que ya no es mi sitio, que es una parte de mi vida que pertenece a un pasado del que no reniego ni rechazo y que amo como parte de mi biografía personal. Sería para mí muy doloroso verme forzado a tener que abandonar España otra vez».
Otra pregunta se impone, y es el papel que hoy juega otro país especialmente querido para el músico valenciano Josu de Solaun como es Rumanía. «Rumanía es el país de mi mujer y de mi hijo y además es un país que forma parte de esa placenta cultural bizantina de la que te he hablado y que siempre me ha fascinado desde pequeño. Yo he sido un lector voraz de Mircea Eliade, el gran antropólogo de las religiones, desde hace mucho tiempo, he sido un gran amante de los músicos rumanos, como Sergiu Celibidache o George Enescu, entre otros muchos. Yo tenía un amor por Rumanía grandísimo, pero en 2014 gané el Premio Enescu y es un país que me ha brindado unas oportunidades de estar en un escenario, de hacer música, de hacer amigos. He grabado las obras completas de George Enescu, conozco muy bien el idioma, tengo una pequeña casita en los montes de Transilvania. Es un país que en un momento de mi vida de mucha desolación personal y también artístico-profesional me ofrecía una especie de ‘locus amoenus’, un lugar de idilio porque era un sitio que en mitad de mis tempestades iba a tocar y un poco me podía abstraer de todos los problemas y supuso el gran agua del desierto de mis años turbulentos durante casi una década. Por eso siento que le tengo una especie de deuda casi espiritual a ese país. Y por eso siempre voy a ser un embajador de la cultura rumana. En este sentido sería el único país que yo quizás concebiría poder vivir y volver a desterrarme en un exilio voluntario. Eso lo podría aceptar con alegría. Pero marcharme de España, ojalá no tenga que suceder nunca más. Mi país me ha recibido con los brazos abiertos y con muchísimo cariño. Por suerte, no he experimentado aún eso de que uno no es profeta en su tierra», concluye.
Texto de J.R. para La Nueva Crónica.